domingo, 21 de septiembre de 2014

Los estudios con grupos sociales nos permiten conocer cómo se gesta el valor de la escuela de una generación a otra. Los padres ferrocarrileros obtuvieron condiciones de vida que les
han permitido mantener a sus hijos más años en la escuela de lo que ellos lograron. La escuela ya no se contempla como un recurso de movilidad social, pero sí para obtener seguridad ante las crisis económicas de nuestro país.
En las familias ferrocarrileras hay una gran expectativa para que los hijos estudien más allá de la secundaria apoyándolos con condiciones básicas para que permanezcan en la escuela. Cuando un hijo no quiere continuar estudiando no es porque tiene que trabajar para ayudar económicamente a sus padres, sino porque están en juego sus experiencias personales en torno a la escuela y en torno a lo que va construyendo como imagen de vida deseable.
Resultó paradójico que los jóvenes que primero dijeron que había sido su elección dejar la escuela después dijeron que se habían arrepentido. Ellos habían explicado el rechazo a la escolaridad como resultado de la apertura hacia otras opciones de vida más llamativas. Sin embargo, al referirse al adulto que ahora son, que tienen hijos propios o problemas económicos que resolver, imaginan que si hubieran seguido estudiando tendrían una vida diferente. Con ese tipo de reflexiones, igual que sus padres, continúan alimentando mitos en torno a la educación, como la idea de obtener un buen empleo.
Las narraciones de los jóvenes invitan a pensar en los estudiantes como personas que valoran la escuela en función de la etapa de vida en la que se encuentran. Seguramente la etapa de la secundaria es central dado que los alumnos se encuentran presionados por otro tipo de intereses y deseos que compiten con lo que la escuela les ofrece. Por lo anterior, es posible pensar en la deserción escolar no sólo en función de criterios de evaluación institucionales, sino también desde el sentido que tiene para los individuos y cómo poder incidir en ellos.
Por otro lado, hay que resaltar que en sus narraciones los y las jóvenes se presentaron a sí mismos como los únicos responsables del hecho de no continuar estudiando. Ellos
reconocieron que sus padres les dieron lo básico para acudir a la escuela y que no supieron aprovecharlo. Con relación a sus experiencias de la escuela, aunque sí llegaron a criticar las clases aburridas o el autoritarismo de los maestros, al fin de cuentas dijeron que el aburrimiento, la falta de motivación o el deseo de dedicarse a otro tipo de vida y tener dinero tuvieron un peso importante en la decisión de dejar la escuela.
Desde mi perspectiva, la trayectoria escolar de los alumnos se construye a través de la participación de diversos actores: los padres de familia, los maestros, los propios alumnos y sus pares, entre otros. En esa construcción conjunta existen modelos culturales que las personas manejan para interpretar el valor de la escuela, sus formas de participar en ella y, sobre todo, para explicar las decisiones que se toman. Con relación a las trayectorias escolares de los alumnos, los maestros responsabilizan a los padres de la ausencia de éxito, los padres piensan que es algo que compete sólo a sus hijos ya que ellos les brindan lo básico para que se mantengan estudiando y, al final de la cadena, los alumnos asumen la responsabilidad completa.
Sin embargo, es claro que en las familias y en las comunidades en las que transcurre la vida de los alumnos existen prácticas sociales que no fomentan el interés por continuar estudiando, incluyendo prácticas de exclusión escolar. La cultura del romance amoroso, las prácticas de consumo juvenil para las que se requiere tener dinero, las prácticas escolares que no fomentan formas alternativas de motivación de los alumnos o que no generan actitudes de tolerancia para con los alumnos problemáticos pueden confluir para que los estudiantes planteen visiones sobre sí mismos alejadas de la escuela.
De acuerdo a lo anterior, no siempre la situación económica de las familias es el principal factor del abandono escolar, sino la perspectiva cultural que es construida en torno a cómo los individuos pueden elegir o no continuar estudiando. La percepción que tienen de sí
mismos los alumnos como responsables del abandono escolar, de alguna manera exime a la escuela y a las propias familias de la necesidad de buscar formas distintas de orientación hacia la escolarización de los alumnos.
En un país como el nuestro, con fuertes presiones económicas y las restricciones del mercado laboral, puedo predecir que muchas personas seguirán aceptando y manejando un valor general de la escuela como medio para el empleo. Sin embargo, será en sus experiencias concretas que la escuela también seguirá siendo valorada desde la subjetividad de los individuos.


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