Las familias
ferrocarrileras y los hijos que abandonan la escuela
De acuerdo a lo
anterior, realicé el presente estudio a través de un método etnográfico y
utilizando historias de vida, con una comunidad de familias de clase trabajadora. La
comunidad se compone de aproximadamente 1000 familias en las que el padre, y en
algunos casos la madre, trabajaron en la antigua compañía mexicana de
ferrocarriles: Ferrocarriles Nacionales de México (FNM). Desde principios de siglo hasta
la década de los sesentas, los ferrocarrileros se mantuvieron como uno de
los sindicatos más pujantes en
la lucha por la defensa de sus condiciones laborales y de vida. Su acción política fue mermada por
el gobierno en acciones que fueron
desde el encarcelamiento y la tortura de líderes, hasta las negociaciones
fraudulentas propias del corporativismo sindical. Sin embargo, es uno de los
grupos obreros mexicanos que obtuvieron condiciones favorables de vida como
vivienda propia, un salario regular, prestaciones, etc.6
A lo largo de dos
años visité la comunidad de ferrocarrileros. Ellos viven en una unidad
habitacional compuesta por departamentos y casas de 70 metros de construcción. Acudí a los
hogares, realicé entrevistas, observé sus formas
de vida y participé con ellos en fiestas y celebraciones. También observé
prácticas de socialización de niños y
adolescentes en parques, deportivos y lugares de encuentro. Elegí a diez
familias para realizar estudios de caso, específicamente historias de vida para
conocer las experiencias de la escuela tanto de los padres como de uno o dos de
sus hijos.
En las familias
ferrocarrileras los padres estudiaron entre tres y seis años de escuela, pero
en la actualidad quieren que sus hijos estudien mucho más. En estas
familias hay hijos que se encuentran estudiando en diversos grados escolares,
muchos de ellos en preparatoria y
universidad. En
México la escuela secundaria es obligatoria, no así la preparatoria ni la universidad, sin embargo, los
padres ferrocarrileros creen que no es suficiente que sus hijos terminen la
secundaria. Ellos tienen una gran expectativa de que sus hijos estudien la
universidad o al menos la preparatoria. Piensan que un hijo que sólo estudió la
secundaria es alguien "sin estudios", alguien que no podrá hacer
frente a lascrisis económicas que
hemos vivido en nuestro país. Los padres de familia hablaban de un modelo cultural en el
que "el apoyo familiar y el esfuerzo de cada hijo" era una manera de
entender la participación que la familia en su conjunto podía tener para
impulsar la escolaridad de cada hijo. Así, el valor de la escuela es ubicado
por estos padres como un instrumento contra la inseguridad laboral que ha azotado
a nuestro país en la última década.
También tuve
oportunidad de platicar con maestros de escuelas primarias y secundarias a las
que acuden los hijos de las familias ferrocarrileras. Encontré que, por lo
general, los maestros habían construido un modelo cultural sobre estas familias
según el cual estaban poco interesadas en asuntos escolares de sus hijos, eran
conflictivas y sus hijos eran poco estudiosos e inquietos. Los maestros
responsabilizaban a los padres del bajo rendimiento de sus hijos. Sin embargo,
este modelo abstracto no incluía los casos de alumnos exitosos que también eran
hijos de padres ferrocarrileros, pues los maestros percibían a la familia
en función de su condición
socioeconómica y de casos de alumnos problemáticos muy notorios.
En las diez familias
analicé las historias de vida sobre trayectorias escolares de hijos que tenían
estudios universitarios y de hijos que sólo estudiaron la secundaria. En el
presente trabajo sólo reporto la visión de los desertores.7 En sentido estricto
no se podrían considerar
desertores ya que
concluyeron la educación básica, pero en un sentido de cultura colectiva si lo
son, dada la gran importancia que los padres y hermanos que continúan estudiando
le atribuyen a la escuela. Los diez jóvenes desertores, seis hombres y
cuatro mujeres, que me narraron sus vidas tenían una edad ubicada entre 20
y 24 años. Ellos recordaron que cuando eran niños pensaban que la escuela era
importante y creían que iban a continuar estudiando hasta obtener una carrera
universitaria. Sin embargo, dijeron que cuando estaban en la secundaria
empezaron a interesarse por actividades distintas a las de la escuela.
A partir de sus narraciones identifiqué cuatro modelos culturales o
formas de plantear una visión sobre su vida en el pasado que los llevó a tomar
la decisión de no continuar estudiando:
A)"Mejor
casarme": El matrimonio como elección.
En las familias ferrocarrileras, por lo general las adolescentes descartan en
sus discursos el hecho
casarse temprano y más bien expresan que quieren continuar estudiando. Sin
embargo, es frecuente que resulten embarazadas o que se involucren fuertemente
en la cultura del romance, como mencionó Aidée: - en realidad mucho, mucho no
me gustaba la escuela, yo creo que yo no nací para la escuela. O sea, si
estudiaba y todo pero, así para seguir una carrera yo creo que no, yo creo que
no. Y ya después me casé y pues ya. Yo siempre pensé en casarme -.
Chicos y chicas
pueden desarrollar una implicación emocional tan grande en sus relaciones de
noviazgo de modo que sus actividades y su disposición emocional choca con lo
que se requiere de ellos en las escuelas, sobre todo cuando se presentan
embarazos no deseados. Así por ejemplo, Aidée evaluó que era una persona que no estaba
destinada para la escuela sino para el matrimonio. Sus frases "yo no nací
para la escuela" y "¡siempre pensé en casarme!" son
complementarias porque le sirvieron para señalar una ubicación, en el
matrimonio, como destino para el cual estaba orientada.
B). "Quiero
trabajar". El trabajo remunerado como
espacio de definición personal. En estas familias los padres de familia dicen
que les dan a sus hijos lo necesario, como alimentos, ropa, útiles
escolares, para que continúen estudiando y se niegan a que entren a trabajar.
Empero, los hijos pueden desarrollar interés por tener dinero y una independencia relativa, es
decir, poder solventar gastos personales como
ropa y diversiones. Así por ejemplo, Carlos comentó que dejó la escuela para
dedicarse a trabajar: - No me interesaba la escuela, me interesaba más tener
dinero para gastar con mi novia o para salir con ella. Siempre tenía dinero,
siempre - .
En la comunidad de
familias ferrocarrileras es posible ver que los jóvenes se sienten presionados
por tener dinero para comprarse ropa y calzado de marcas reconocidas, o
bien para tener prestigio entre sus amigos porque pueden pagar gastos de
diversión. Este tipo de presión la viven en sus
comunidades en donde hay otros jóvenes que desertaron de la escuela y están
trabajando, o son hijos de familias que sí pueden solventar gastos más allá de
las necesidades básicas. Por otro lado, los jóvenes también mencionaron que se
habían sentido más reconocidos como personas en sus lugares de trabajo que en
la escuela. Así, ellos y ellas plantearon un modelo cultural en el que ser una
persona valiosa en su adolescencia implicó poseer
una independencia económica relativa y ser valorado en sus espacios de trabajo.
C). "La computación, el trabajo del
futuro". La capacitación para el trabajo
como opción formativa. En estas familias cuando los hijos ya no quieren seguir
estudiando los padres insisten en que al menos obtengan un certificado que los
acredite ante el mercado laboral. Así,
algunos de los hijos dijeron que se sintieron presionados en obtener
capacitación para el trabajo tal y como mencionó David: - Dejé la preparatoria
y me metí a
estudiar computación,
dos años. Escogí eso porque según era lo que estaba de moda, ¡Huy que la
computación va a ser el trabajo del futuro!, y no sé qué tanto -.
Cotidianamente los y
las jóvenes entran en contacto con propaganda en la que se
anuncian las ofertas de diversos centros de capacitación. Por lo general se
trata de escuelas privadas que ofrecen capacitar a las personas en ramas como
la computación, estilista de cabello, enfermería, mecánico automotor,
etc. Un gran problema con estas capacitaciones es que no son reconocidas como
estudios formales por instituciones escolares gubernamentales, pero los jóvenes
recordaron que lo vieron como una opción adecuada, es decir les permitió
manejar una imagen de individuo certificado
ante el mercado de trabajo.
C). "Yo no tengo
cabeza para estudiar". La escuela como lugar sin interés. Los y las
jóvenes en general dijeron que la escuela era importante, que todo niño debía
estudiar y ser "alguien en la vida". De este modo, se apropiaron de
un modelo cultural sobre el valor de la escuela de tipo colectivo el cual podemos
también encontrar en los discursos de sus padres y maestros de escuela. Sin
embargo, cuando los y las jóvenes narraron sus experiencias particulares en la
escuela secundaria, no sostuvieron el valor que reconocían la escuela tiene.
Los diez dijeron que les pesaba ir a la escuela y que no se sentían más a gusto
ahí. Por ejemplo Mónica comentó: "Yo le dije a mi papá que no tenía cabeza
para estudiar. No me llamaba la atención el estudio. O
sea, cuando te llama la atención algo pues le intentas por mejorarlo, pero yo
no. Nada más me iba a hacer mensa y mejor lo dejé.". Otros jóvenes dijeron
con relación a la escuela: "eso no me entra"o "ese mundo no era
para mí".
Estas frases son
significativas porque, en el contexto de sus narraciones, no implicaron una
descalificación de sí mismos como personas sino que fueron una manera de
expresar la desmotivación que sentían hacia la escuela o el hecho de
reconocerse a sí mismos como que no encajaban en el mundo de lo escolar.
Los jóvenes hablaron
primero de un momento en su vida en el que se definieron como hijos de familia
y alumnos que tenían que asumir la escuela como una obligación, y después
hablaron de otro momento en el que estaba en juego la elaboración
de sus posturas personales ante la vida que querían continuar. Los modelos
culturales que recuperaron y a los que les dieron cuerpo para describir sus
experiencias de la época en que dejaron la escuela, les ayudaron a reivindicar
formas de ser como personas valiosas fuera de la escuela, pero sobre todo a
justificar las elecciones que hicieron o el rumbo que tomaron sus vidas. Así,
dejaron de legitimar la escuela al compararla con formas de vida que
consideraban más valiosas para ellos (como el matrimonio), o porque obtenían
recursos materiales (como el dinero) y culturales (como
el prestigio social) en otros contextos sociales.
Ahora que son
adultos, seis de los diez jóvenes están casados y tienen hijos. Los que
trabajan se ubican en empleos como choferes, obreros, empleados en empresas, o realizando servicios a domicilio, y
en general comentaron que no tenían un buen salario. Tres de los diez dijeron
sentirse a gusto con lo que hicieron en sus vidas, mientras que los siete
restantes expresaron arrepentimiento por no haber continuado estudiando. Aidée,
por ejemplo, dijo: "Ahora ya pienso distinto, yo creo por la situación,
que ve uno que no alcanza el dinero y que uno estaría mejor estudiando que
estar cuidando niños o estar así casada. Mejor estudiando que estar aquí en la
casa.". Sin embargo, ya veían difícil volver a estudiar y se resignaban
con lo que habían obtenido. Ahora pensaban que como padres de familia les
tocaría tratar de convencer a sus hijos de no desertar de la escuela.
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